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miércoles, septiembre 20, 2006

Tres (patéticas) experiencias políticas

Como todo chico que creció en los '90 asociaba política a hedor. No vamos a comparar a alguien que creció con la Revolución Rusa, la Cubana y la Nicaragüense al que lo hizo con la Caída del Muro, el neoliberalismo y el Menemismo. Pero en el año '94 formé parte de una lista para el centro de estudiantes de mi colegio secundario, y por algún extraño fenómeno, ganamos. Más allá de organizar fiestas y enfrentarnos (puerilmente) al director de nuestro colegio, asistimos a la formación de la Federación de Estudiantes Secundarios. Yo fui enviada como delegada a esta agrupación. Se estaba organizando una gran marcha para el aniversario de la Noche de los Lápices. Se nos informó que el objetivo era lograr permiso de las autoridades de los colegios para hacer salir a los chicos en horas de clase. Con tal de evadirse de las aburridas materias todos los adolescentes iban a asistir. El otro objetivo era que en la marcha firmaran una solicitada. En ella se pedía la personería jurídica de la Federación de Centros de Estudiantes. Nos pidieron que les dijéramos a los chicos que tenían que firmar en contra de la Noche de los Lápices. El argumento era que los pibes no iban a entender un argumento tan complicado. También había que evitar que se acercaran a hablar con la tele o la radio, no fuera cosa que dijeran giladas. Yo intenté decirles que no estaba bien subestimar a los representados, y que si cada centro de estudiantes lo explicaba con paciencia en su colegio, podíamos lograr que firmaran ¡leyendo lo que firmaban! Me miraron con cara de "pobre chica" y me explicaron que eso quedaría para una segunda fase, cuando la federación al mando de los centros de estudiantes lograra la concientización de los chicos. Poco después leería a Lenin y entendería de donde habían sacado estos energúmenos sus argumentos.
Un par de años después estaba en la facultad. Todos los que se acercaban a militar a Franja Morada eran medio tontos y pésimos estudiantes. Los que pertenecían a las agrupaciones de izquierda unos fanáticos, quedados en el tiempo, dispuestos a tacharte de aburguesado o imperialista a la primera de cambio. Por un momento todos parecimos unidos en el rechazo a la Ley Federal de Educación. Pero cuando ésta fue aprobada en medio de las marchas multitudinarias de los alumnos, floreció el carácter acomodaticio bajo el disfraz de hacer el cambio de la mejor manera posible. Así surgió la inquietud de los alumnos por las modificaciones en los programas que empeoraban las carreras. Una serie de estudiantes independientes preocupados por la calidad educativa nos acercamos a las agrupaciones de izquierda. Pronto se formó una alianza que ganaría el centro de estudiantes de nuestra facultad. Pero puestos a ejercer el poder, el ala izquierda se retobó diciendo que ellos tenían que cumplir las directivas del PC que llamaban a apoyar al gobierno para exacerbar las contradicciones del sistema y conducir a un estallido (estaba de moda el tema de la Bersuit). Los independientes abandonaron (cual Chachos Álvarez) el Centro de Estudiantes. Al año siguiente vuelve a triunfar Franja Morada.
Unos años después el estallido finalmente ocurrió. En diciembre del 2001 toda la rabia contenida explotó por el aire. Pero en lugar de llevar al gobierno a troskistas o anarquistas, condujo a un nuevo gobierno del P.J. Entre tanto, la gorda Carrió estaba como loca de la bronca y formó el ARI. Pensé que este nuevo partido podía significar un cambio rotundo en el arena política y fui a un par de reuniones de la agrupación en formación. Pero allí sólo había socialistas y radicales gorilas peleando por lugares en las listas que se formarían en el futuro. Los dos se acusaban de representar a la vieja política, de querer copar a la nueva organización aprovechándose de la confusión. Yo levanté la mano para hablar. Era (lejos) la más joven de los asistentes. Dije que me desilusionaba un poco ir a una reunión de un nuevo partido político en la que no se había escuchado un sólo debate de ideas, o de plataformas y programas; todo tenía que ver con presuntos futuros cargos. Me volvieron a mirar con la misma carita de antaño. Un hombre interrumpió. Dijo que quería dejar en claro su posición antes de irse, porque él TODAVÍA no vivía de la política y se tenía que ir a trabajar. (sic)

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