Uno de los mejores libros que he leído este año es, sin dudas, La historia del amor de Nicole Krauss. Porque es conmovedor, original, está fantásticamente escrito, es intrigante y no podés abandonarlo hasta descubrir cómo encajan todas las curiosas piezas de la compleja historia que Krauss ensambla.
Nicole Krauss crea un maravilloso relato en el que se pueden percibir las huellas de Philiph Roth. Es la historia de un joven polaco que logra escapar al nazismo y llegar a Nueva York. Pero este sobrevivir implica la pérdida de todo lo que ha querido: su familia, la mujer amada, el hijo que nunca lo conoció, el libro que escribió, su mejor amigo.
“Perdí a mameh. La última vez que la vi llevaba un delantal amarillo. Metía cosas en una maleta, la casa estaba revuelta. Me dijo que fuera al bosque. Me dio un paquete de comida y me dijo que me pusiera el abrigo, a pesar de que estábamos en julio. “Vete”, me dijo. Yo era muy mayor para obedecer sin rechistar, pero obedecí como un niño. Me dijo que ella iría al día siguiente. Quedamos en encontrarnos en un lugar del bosque que conocíamos los dos. El nogal gigante que tanto le gustaba a tateh, porque decía que tenía cualidades humanas. Me fui sin despedirme. Quería creer que así era más fácil. Estuve esperándola. Pero ella no vino. Desde entonces he vivido con el remordimiento de haber comprendido, cuando ya era tarde, que ella pensaba que sería una carga para mí. Perdí a Fritzy. Estaba estudiando en Vilna, tateh… alguien que conocía a alguien que conocía a alguien me dijo que lo habían visto por última vez en un tren. Perdí a Sari y Hanna por los perros. Perdí a Herschel por la lluvia. Perdí a Josef por una grieta del tiempo. Perdí el sonido de la risa. Perdí unos zapatos que me quité para dormir, los zapatos que me había dado Herschel habían desaparecido cuando desperté, anduve descalzo varios días hasta que me rendí y robé los zapatos a otro. Perdí a la única mujer que quise amar en mi vida. Perdí libros. Perdí la casa en que nací. Y perdí a Isaac. Así pues, ¿quién me asegura que, por el camino, sin darme cuenta, no he perdido también la razón?”
Esta larga cadena de pérdidas serán enumeradas por un hombre viejo, enfermo y decepcionado en su pequeño departamento de Nueva York. Pero en el otro punto de esa misma ciudad comienza a tejerse otra historia que, en principio, parece tener pocos puntos en común. Se trata de una chica judía que ha perdido a su padre y se encuentra profundamente preocupada por la soledad de su madre y por los delirios místicos de su hermano. No obstante, esas historias se entrecruzarán de forma sorprendente. Nadie puede devolverle a Leopold todas las cosas que ha perdido, pero tal vez este hombre que se sienta en un banco de plaza a esperar la muerte, tenga una última oportunidad.
Nicole Krauss crea un maravilloso relato en el que se pueden percibir las huellas de Philiph Roth. Es la historia de un joven polaco que logra escapar al nazismo y llegar a Nueva York. Pero este sobrevivir implica la pérdida de todo lo que ha querido: su familia, la mujer amada, el hijo que nunca lo conoció, el libro que escribió, su mejor amigo.
“Perdí a mameh. La última vez que la vi llevaba un delantal amarillo. Metía cosas en una maleta, la casa estaba revuelta. Me dijo que fuera al bosque. Me dio un paquete de comida y me dijo que me pusiera el abrigo, a pesar de que estábamos en julio. “Vete”, me dijo. Yo era muy mayor para obedecer sin rechistar, pero obedecí como un niño. Me dijo que ella iría al día siguiente. Quedamos en encontrarnos en un lugar del bosque que conocíamos los dos. El nogal gigante que tanto le gustaba a tateh, porque decía que tenía cualidades humanas. Me fui sin despedirme. Quería creer que así era más fácil. Estuve esperándola. Pero ella no vino. Desde entonces he vivido con el remordimiento de haber comprendido, cuando ya era tarde, que ella pensaba que sería una carga para mí. Perdí a Fritzy. Estaba estudiando en Vilna, tateh… alguien que conocía a alguien que conocía a alguien me dijo que lo habían visto por última vez en un tren. Perdí a Sari y Hanna por los perros. Perdí a Herschel por la lluvia. Perdí a Josef por una grieta del tiempo. Perdí el sonido de la risa. Perdí unos zapatos que me quité para dormir, los zapatos que me había dado Herschel habían desaparecido cuando desperté, anduve descalzo varios días hasta que me rendí y robé los zapatos a otro. Perdí a la única mujer que quise amar en mi vida. Perdí libros. Perdí la casa en que nací. Y perdí a Isaac. Así pues, ¿quién me asegura que, por el camino, sin darme cuenta, no he perdido también la razón?”
Esta larga cadena de pérdidas serán enumeradas por un hombre viejo, enfermo y decepcionado en su pequeño departamento de Nueva York. Pero en el otro punto de esa misma ciudad comienza a tejerse otra historia que, en principio, parece tener pocos puntos en común. Se trata de una chica judía que ha perdido a su padre y se encuentra profundamente preocupada por la soledad de su madre y por los delirios místicos de su hermano. No obstante, esas historias se entrecruzarán de forma sorprendente. Nadie puede devolverle a Leopold todas las cosas que ha perdido, pero tal vez este hombre que se sienta en un banco de plaza a esperar la muerte, tenga una última oportunidad.
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