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jueves, marzo 30, 2006

Los aguacenas

Una de las peores cosas que nos pueden pasar un viernes o sábado a la noche es ir a comer con un aguacenas. Se trata de gente que pretende ser muy sapiente en relación al mundo gourmet, por lo que su presencia en un restaurante se justifica en la medida en que puedan señalar todos los defectos y deficiencias de un local gastronómico.
Uno de los primeros inconvenientes surge a la hora de elegir a dónde ir (es también uno de los mejores indicadores de la presencia de un aguacenas, preste atención porque tal vez es el momento adecuado para declinar la invitación). Uno sugerirá los sitios a los que habitualmente va a comer, y el crítico los irá vetando uno a uno, señalando sus defectos más evidentes, cuando no tachándolos de comederos, ofendiéndonos así de forma apenas velada. Cuando finalmente acepte una de las opciones, será porque no la conoce, con lo cual surge una maravillosa oportunidad para ejercer su vocación.
Ya en el restaurante criticará el exceso o falta de iluminación, el nivel de ruido, la presencia de olores provenientes de la cocina, la temperatura y por supuesto, la mesa que se nos asigna. Acto seguido, juzgará severamente la velocidad con que el mozo se acerca a la mesa (¡Cómo demora! , ¡Pero si todavía no nos sentamos!) y la carta (Si sabía que tenían tan poca variedad de pescados no venía.)
Un párrafo aparte merece la elección del vino, la manera en que es probado, y la crítica a las copas o la temperatura de la bebida etílica. ¡Ni hablar si no queda ni una botella del varietal que elige!
Ya a esta altura el mozo nos mira mal, porque escuchó fragmentos de frases, o vio narices fruncidas, o directamente le dijeron : “Pensé que se había olvidado de nosotros,....como no venía a tomarnos el pedido..”. Uno mira al mozo pidiendo disculpas o piedad y pensando: el escupitajo o el veneno sólo en el plato del aguacenas...por favor. Y en este punto – intentando templar los ánimos y evitando un improperio al mozo – uno se ha transformado en un defensor incondicional del restaurante, con frases: "Es mejor una carta acotada, que una tan amplia en la que al final no se prepare bien nada" , "Me parece que el mozo viene lo más rápido que puede, es sábado y hay mucha gente”.
Y empezás a pensar qué sentido tiene haber salido para escuchar las quejas de un aguacenas, cuanto mejor estarías en tu casa comiendo una picadita y mirando un DVD. El crítico sigue hablando, está comparando los restaurantes marplatenses con los porteños (típica cosa pueblerina: dejarse deslumbrar por todo lo capitalino, hasta comparar los detalles más ridículos y concluir: para quien sabe comer (esto es, no nosotros que defendemos el restaurante trucho) en Mar del Plata no se puede ir a ningún lado. Mientras suena esta frase lapidaria llega la entrada que no será sabrosa, el plato principal demorará mucho y no estará bien caliente, el postre no será muy rico, la cuenta parecerá elevada en relación a la calidad de la comida, y no habrá clemencia ni para el franelita que estará muy lejos del auto.En fin, para qué ir a cenar afuera para escuchar la cantinela de la queja constante, mejor es que la próxima vez el aguacenas me invite a comer a su casa, seguramente él sabe hacer las cosas como es debido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

mejor me voy a la esquina a comer un choripan.