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miércoles, marzo 08, 2006

Estoy leyendo: "Soy Charlotte Simmons" de Tom Wolfe

Luego de haber leído y disfrutado mucho las anteriores novelas de Wolfe, “Hoguera de las vanidades” y “Todo un hombre”, encaré con entusiasmo (a pesar de su tamaño y su horrible traducción) esta entretenida novela del ácido y genial escritor norteamericano.
Hace unos días tuve que defender a Wolfe de un cliente que lo describió como literatura basura. Creo que hay muchos lectores que tienen vergüenza de reconocer que algunos libros los atrapan no sólo por la calidad de la escritura, sino también por la capacidad de entretenerlos. He ahí la palabra prohibida: entretenimiento. Hablábamos en otro artículo de la pedantería de los europeizantes, existe también la pedantería de los que sólo dicen gozar de un implícito canon no escrito, pero sobreentendido, que tiene que ver con el aburrimiento.
En esta novela Wolfe describe con crudeza el mundo de las universidades de élite norteamericanas, con todo su mundillo de hijos de millonarios, capaces estudiantes becados, deportistas tratados como estrellas y toda una serie de conflictos de clase y raza. Y por supuesto, un inevitable transfondo sexual.
La protagonista, Charlotte Simmons, es una aventajada estudiante que proviene de un pequeño pueblo de montaña y de una familia muy humilde, donde un personaje como Charlotte es una verdadera rareza.
Si bien muchos de los conflictos y situaciones son ajenas a lo que ocurren en las universidades argentinas, las miserias y tensiones humanas son universales. Y la genialidad de Wolfe radica en su capacidad observadora y descriptiva. Ya lo había hecho anteriormente desmenuzando el mundo de las finanzas y los yuppies en “Hoguera de las vanidades” y de los ultra millonarios en “Todo un Hombre” donde el personaje principal, Charles Crocker, es una especie de Donald Trump sureño casado con una mujer más joven, cuyo mundo se derrumba hundido en un mar de deudas.
Desde ya, recomiendo fervorosamente “Soy Charlotte Simmons”; para muchos un Dickens contemporáneo. Aunque evidentemente, las comparaciones son siempre odiosas.

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