La post-revolución

Leo, riéndome mucho, un post sobre una visita al zoológico. Se trata de un padre que ha quedado atrapado en un programa dominguero y empieza a observar con espanto a la gente que lo rodea, temiendo ser uno de ellos. Me pregunto por qué siempre me engancho leyendo este tipo de cosas, como las anécdotas de la pareja que vive en el tupper de Baires o la mamá que se encuentra con sus pares chetas en las reuniones de colegio del hijo. Me contesto que es porque son historias divertidas y bien escritas. Pero hay algo más. Debe ser por una cuestión generacional y de vivencias. Se trata de padres jóvenes, con hijos chicos y el desafío de la cotidianeidad. Pero hay algo más. Una mirada un poco cínica y espantada que intuyo se parece a la mía. Porque hace unos años no imaginaba que mi vida fuera a ser así. Me creía que iba a ser como el Che. Y Sierra de los Padres iba a ser mi Sierra Maestra, desde donde iba a descender para liberar a Mar del Plata de su boludez. Pero no. Uno va cambiando de ideas y dándose cuenta de que no hay forma de escapar al sistema. Y con los hijos viene mayor uniformalización. Te ves pugnando por prepagas, coches seguros, ropa de Cheeky, y juguetes de Chicco (no sea cosa que un juguete chino le rebane un dedito al nene con sus mortales rebabas de plástico). Y uno se suma a programas impensados: zoológicos, compras en Carrefour, fiestas infantiles, charlas con mamás como la del post de Calixto.
Pero cuando nos está por agarrar pánico, pensamos que tenemos una salida. Escribir un post que nos ayude a mirar la cosa desde afuera y pensar que no somos ellos. Somos la generación que ensaya en el blog su última resistencia, los jirones de la rebeldía. Que no claudicamos del todo, que nos queda la posibilidad de la ironía. Lamentablemente, seguro que todos los del zoo piensan igual: que curiosos avatares los llevaron a la fila del helado, que no son consumistas perdidos, que es una pequeña concesión... y nada más.