¿Qué lleva a los desconocidos a contarnos cosas que no queremos escuchar? Intempestivamente, mientras se da uno de esos encuentros fortuitos que posibilitan la vida urbana (peluquero/señora que se tiñe las canas, empleada de negocio de ropa/chica que necesita ropa para una cita, responsable de casa de revelado de fotos/cliente de paso que pasa a papel fotos digitales) se inicia una confesión. Y lo que se cuentan son cosas vergonzosas, que desearíamos no escuchar. Porque no queremos saber nada de viejos que se han quedado solos, mujeres con baja autoestima, operaciones dolorosas y un poco patéticas. Mientras le tiñen las canas la señora comenta que su marido se murió hace tres años. Fue un tipo que hizo inversiones inteligentes (aunque algunas un poco oscuras) e hizo muchísimo dinero. Ella tiene tres hijos. Uno de ellos, que siempre fue su preferido, es abogado. Pero es justamente él el que está llevando la sucesión a un proceso de confrontación y litigio con el propósito de despojarla de todos sus bienes. Obviamente, como ella crió muy bien a su hijo dilecto, la única conclusión posible es que la culpa es de su nuera. La chica, un poco gordita, se prueba mucha ropa buscando algo que le quede bien. Se hace tarde, ya la hora del cierre del local se pasó largamente y ella no se decide. Está nerviosa porque tiene una cita importante. El tipo le gusta mucho, aunque tenga veinte años más que ella y esté casado. Cuenta que a ella no se le hace fácil conseguir novio. Aunque él nunca abandone a su mujer, al menos es con ella un caballero y la invita a cenar (eso sí: la lleva a Santa Clara para que no los vea nadie). El hombre cuenta que son las fotos del casamiento de su hija. Que nunca pensó poder disfrutar del casamiento de ella, porque hace unos años le encontraron cáncer de próstata. Que ha sufrido mucho, que la enfermedad no sólo acabó con su autoestima, sino también con su sexualidad. Humildemente pregunto: ¿Quién les preguntó? ¿Por qué nos cuentan esto? ¿Por qué tenemos que ser testigos de su patetismo o miserias? La única solución que yo le veo a estos confesores compulsivos es que les cobremos la consulta.
-¿Cuánto es?- pregunta la señora mayor al peluquero. -
25 de la tintura, 25 del peinado y 80 por la terapia... 130 en total.
1 comentario:
Esta gente si que es compasiva!!!!
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