Los días pasados tomé otros dos libros breves deliciosos. El primero fue el clásico Sobre la lectura de Marcel Proust. El autor de El tiempo perdido desarrolla allí interesantes disquisiciones sobre el significado del leer. Pero lo más atractivo del librito no es eso, sino la evocación de sus lecturas en la infancia. Para alguien que ha escatimado horas al sueño, al estudio o a la simple sociabilidad con una novela que no podía abandonar, es maravilloso comprender la similitud de la vivencia por parte de otra persona en una época y contexto social totalmente diferentes. Proust, en su aristocrática casa, que compartía con una numerosa y copetuda familia, buscaba un rincón aislado del comedor y se sumergía en un libro que lo alejaba de la realidad. Las horas asignadas a comer y dormir eran sus enemigas, porque suponían la interrupción de una historia en su punto culminante. No obstante, difícilmente recordamos todos los títulos de aquellos libros que leíamos de chicos y que nos cautivaban tanto. Son, tal vez, más poderosas en nuestro recuerdo las reminiscencias de las sensaciones de la lectura, del arrobamiento que nos provocaba sumergirnos en una historia, del amor que llegamos a sentir por sus personajes. De mis lecturas de la infancia -que fueron hechas en un chalet típico de la clase media argentina y no en una mansión francesa- recuerdo con fascinación los días en que tomé El gran Maulnes. El relato era embriagador, pero también la sensación de querer terminarlo, de volver a prender el velador cuando ya la casa estaba oscura y callada, y robarle un par de horas a la noche para finalizar un libro maravilloso.
El segundo libro breve y fantástico que tomé estos días es La vida descalzo de Alan Pauls. Se trata de uno de los volúmenes de una nueva colección de Editorial Sudamericana titulada In Situ; otro título que aparece en esta colección es Pasarla bien de Miguel Brascó. El libro de Pauls está construido como pequeñas viñetas en la playa. Momentos de diferentes veraneos a lo largo de su vida, y divertidas reflexiones sobre la peculiar naturaleza de ese espacio. Evidentemente, el balneario preferido de Pauls es Villa Gesell, lugar en el que veraneaba con su padre de chico. Recuerda la particular amalgama de decoración y comida centroeuropeas con el calor, los hippies, los juegos electrónicos y los paseos por el centro. Entonces fue inevitable que esta lectura me remitiera a la anterior. Nuevamente rememorar la infancia y las sensaciones unidas a ella. El pánico que sentimos al perdernos en la playa, el horror cuando el mar nos arrastra, el atractivo de los empeines de los pies tostados y secos sobre los listones de madera en el ingreso.
A veces uno relaciona dos libros por el mero hecho de leerlos uno después de otro. Comencé a sospechar que Sobre la lectura no se parecía en nada a La vida descalzo. Yo los relacionaba porque los había leído pegados y los dos me habían remitido a mi infancia. Pero entonces, el capítulo final del libro de Pauls tiene que ver con un día en que se encontraba enfermo y tiene que quedarse en la cama. Toma un libro y el mundo se transforma, muy lejos quedan los lamentos y las imágenes de la arena y los helados.
"...Ese libro es el otro lugar que tiene la forma de la felicidad perfecta, y que, como escribió alguien a quien él leerá recién veinte años más tarde, cuando ya no esté circunstancial sino crónicamente enfermo, tanto que sólo será capaz de hacer lo único que quiere hacer, quemarse los ojos leyendo, quizá no haya habido días en nuestra infancia más plenamente vividos que aquellos que creíamos dejar sin vivirlos, aquellos que pasamos con el libro por el que más tarde, una vez que lo hayamos olvidado, estaremos dispuestos a sacrificarlo todo."
Pauls se refiere, justamente, al maravilloso comienzo de Sobre la lectura, que yo acababa de concluir. Fantástico azar que hará que ambos libros permanezcan siempre unidos en mi recuerdo, a partir de la casualidad y la reminiscencia.
El segundo libro breve y fantástico que tomé estos días es La vida descalzo de Alan Pauls. Se trata de uno de los volúmenes de una nueva colección de Editorial Sudamericana titulada In Situ; otro título que aparece en esta colección es Pasarla bien de Miguel Brascó. El libro de Pauls está construido como pequeñas viñetas en la playa. Momentos de diferentes veraneos a lo largo de su vida, y divertidas reflexiones sobre la peculiar naturaleza de ese espacio. Evidentemente, el balneario preferido de Pauls es Villa Gesell, lugar en el que veraneaba con su padre de chico. Recuerda la particular amalgama de decoración y comida centroeuropeas con el calor, los hippies, los juegos electrónicos y los paseos por el centro. Entonces fue inevitable que esta lectura me remitiera a la anterior. Nuevamente rememorar la infancia y las sensaciones unidas a ella. El pánico que sentimos al perdernos en la playa, el horror cuando el mar nos arrastra, el atractivo de los empeines de los pies tostados y secos sobre los listones de madera en el ingreso.
A veces uno relaciona dos libros por el mero hecho de leerlos uno después de otro. Comencé a sospechar que Sobre la lectura no se parecía en nada a La vida descalzo. Yo los relacionaba porque los había leído pegados y los dos me habían remitido a mi infancia. Pero entonces, el capítulo final del libro de Pauls tiene que ver con un día en que se encontraba enfermo y tiene que quedarse en la cama. Toma un libro y el mundo se transforma, muy lejos quedan los lamentos y las imágenes de la arena y los helados.
"...Ese libro es el otro lugar que tiene la forma de la felicidad perfecta, y que, como escribió alguien a quien él leerá recién veinte años más tarde, cuando ya no esté circunstancial sino crónicamente enfermo, tanto que sólo será capaz de hacer lo único que quiere hacer, quemarse los ojos leyendo, quizá no haya habido días en nuestra infancia más plenamente vividos que aquellos que creíamos dejar sin vivirlos, aquellos que pasamos con el libro por el que más tarde, una vez que lo hayamos olvidado, estaremos dispuestos a sacrificarlo todo."
Pauls se refiere, justamente, al maravilloso comienzo de Sobre la lectura, que yo acababa de concluir. Fantástico azar que hará que ambos libros permanezcan siempre unidos en mi recuerdo, a partir de la casualidad y la reminiscencia.
1 comentario:
A ver si paramos un poco de hablar de "libros deliciosos" o "relato embriagador". El estilo sibelius, con su narración escolar de provincia y sus continuas referencias a las clases sociales (hoy nos enteramos de que el autor/a vivia en un "tipico chalet de clase media argentina"), es delicioso y embriagador, pero cansa. Cejemos en el emepeño de escribir como nos recomendaba la Seño de sexto grado.
El ruso.
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