Hace unos días posteaba un artículo llamado: "Estoy leyendo ¡Tierra, tierra!". Nuestro comentarista El Ruso nos criticó, aduciendo que sólo es lícito publicar una reseña titulada:"He leído". Supongo que quería dejar entrever que los autores de este blog recomiendan material de manera irresponsable, a partir de lecturas fragmentarias.Para él es entonces este post. Reconozco que no le faltaba razón, porque la impresión que produce la lectura total del libro difiere del impacto de los primeros capítulos.
En el período de entreguerras Sandor Marai publicó Confesiones de un burgués, en el que trazaba un retrato de su patria, Hungría, a la par que de su persona, un escritor de éxito proveniente de una familia acomodada. Sus memorias están impregnadas de un aire decadente. Por todas partes se erigen sombras que nos anuncian que ese mundo feliz, pero un tanto artificioso, está por acabar. La misma idea parece imbuir las novelas de Marai de esa época: un cosmos ordenado, respetuoso, burgués, que está a punto de sucumbir frente a lo nuevo.
¡Tierra, tierra! es la culminación natural de este razonamiento. Se trata de las memorias del autor frente a la ocupación rusa. Es un relato terrible de lo que supone un país ocupado por el vencedor. Pero al natural carácter predador de un ejército hambreado y victorioso, había que sumar la extraña cosmovisión de los hombres que la Revolución Rusa estaba formando. Marai lee con perspicacia el futuro a partir de los pequeños datos que le aporta la convivencia con el Ejército Rojo.
Sus primeras visiones se verán rápidamente confirmadas cuando se produce la ocupación de Budapest y los tratados de paz dan carta blanca a Stalin en Hungría y el resto de los países de Europa del Este.Pero más allá de la ocupación rusa, Marai se dedica a analizar minuciosamente las reacciones de la sociedad húngara en su grandeza y su miseria. El miedo, el heroísmo, el odio, el carácter acomodaticio y la revuelta, como las distintas fases que asume un pueblo pequeño, indefenso, aislado y acostumbrado a la constante de la dominación extranjera. Traza historias mínimas: la del panadero que siguió horneando hasta el último día de la guerra, la del encargado del edificio que guardó los bienes de los propietarios de los pisos después del bombardeo, la de la dueña de la farmacia que en medio de los campos de exterminio y las bombas sólo lamentaba la muerte de su perro, la del periodista de izquierdas que descubre demasiado tarde que entre los comunistas no es posible hallar ningún caballero... demasiado tarde como para mudar la ideología que lo acompañó toda la vida, la del judío que regresa de los campos de exterminio para transformarse en un agente del nuevo orden y va a cenar a un restaurante burgués, haciéndose tratar como un gran señor... Estos retratos permiten comprender el carácter terrible de la guerra, la mutación de Europa con posterioridad a la contienda bélica, la idiosincrasia del pueblo húngaro y de los ocupantes rusos. Son pequeñas historias que dicen más que cualquier tratado de filosofía política.
Por último, en medio de aquel caos, Marai nos cuenta su propia historia. Casi con desapasionamiento, porque la perdida de su casa, de sus libros y los padecimientos personales parecen detalles nimios frente a tanta muerte y crueldad. Por último, Marai explica su opción por el exilio. Huye de Hungría no sólo para no ser perseguido por tener ideas distintas que la de los revolucionarios conquistadores, sino por terror a amoldarse, adormecerse, y terminar convalidando con su mera presencia un régimen totalitario e injusto. También explica que para un escritor húngaro la expatriación significa una doble pérdida: no únicamente de la tierra y su gente, sino también es el exilio de la lengua. Aunque Marai manejaba varios idiomas, se sentía incapaz de concebir la literatura en otra lengua que la materna. Por tanto, al ser sus novelas prohibidas en su país, Marai también perdía a sus únicos lectores posibles y su profesión.Un libro soberbio, brillante y conmovedor, porque el drama personal de Marai es colocado en el contexto de la profunda crisis de su país y de la civilización occidental. Marai nació con el siglo XX, y acompañó a éste en todas sus calamidades. El historiador inglés Eric Hobsbawm dijo que se trataba de un siglo corto, porque concluye en 1989 con la caída del Muro de Berlín. Ese mismo año Marai se suicidaba en Estados Unidos, sin haber podido regresar a su tierra.
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