A fines del año pasado leí los cuentos de Sergio Bizzio reunidos bajo el nombre de Chicos. Me gustaron mucho, por lo que me dieron ganas de leer un relato del escritor de más largo aliento. Saldo esa deuda tomando Rabia, novela del 2003. En principio encontré varias cosas que no me gustaron: el romance entre una mucama y un albañil me pareció más digno de Rosa de Lejos o de novela de Corín Tellado que de un autor como Bizzio. Y lo mismo me ocurrió con el resto de los personajes: el capataz injusto, el portero chusma, un nazi gordo, el lascivo y borracho hijo de los patrones... me parecían estereotipos demasiado fáciles.
Pero después de narrarnos este romance entre dos plebeyos en Barrio Norte, la novela da un giro y allí gana en originalidad y la trama comienza a atraparnos. Por una serie de viscisitudes José María se oculta en la mansión donde trabaja su novia, Rosa. Y vive allí años, y llega a conocer a la mujer que creyó amar espiándola, viviendo sin ser visto, como un fantasma. Esta idea de un hombre viviendo como voyeur, accediendo a la intimidad de su pareja desde un ángulo tan nuevo, resulta tan atractiva que vuelve a la historia atrapante. Queremos saber cómo va a concluir esa convivencia. Si José María y Rosa podrán volver a reunirse, si el obrero acusado de un crimen va a ser atrapado, si ella va a delatarlo, si es posible un futuro en común.
Así Rabia nos intriga y absorbe, aunque ese resentimiento de clase que el título promete se pierde en un laberinto de otros tema más sutiles. Bizzio nos es más creíble cuando nos habla del amor, de la forma en que conocemos o cremos conocer a la persona que elegimos como pareja, que cuando intenta abordar la temática social de la desigualdad, la injusticia, la discriminación o la pobreza.
En Rabia hay , entonces, más amor que odio: por una mujer simple, por un hijo que no es propio. En una mirada introspectiva que podría ser hecha sobre todos o ninguno.
martes, mayo 08, 2007
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