El peronismo huele a polillas, y no. Es antiguo y recalcitrante, y no. Hay un sustrato simbólico, que emociona profundamente, o no. Esa entelequia vaga que para gente de nuestra generación sólo puede ser literatura y para nuestros padres un recuerdo vago de la infancia: la muñeca o el camión de la Fundación Evita. Y si siempre el peronismo fue una confusión, una especie de doloroso malentendido, a medida que pasen los años sólo podrán complicarse las cosas, tanto las imágenes de lo que el peronismo alguna vez fue, como el camaleónico peronismo reinante. El peronismo que es el hada buena de Evita, la truchada y la violencia política desatada. El peronismo actual que puede ser tecnológico, moderno o marketinero.
Lo que es indudable es que así como el peronismo moldeó de forma caprichosa la cultura política argentina, también tiñó nuestra literatura. Y muchas de sus mejores o peores páginas lo evocan, lo analizan, lo increpan, lo denostan, lo plasman.
Largo es el debate sobre si Rodolfo Walsh fue un buen literato que se desperdició en la política o si fue un hombre de ideas y acción demasiado literario. Pero lo que es indudable es que sus mejores páginas resultan de la combinación de una profunda empatía con la gente cuyos testimonios periodísticos recogía, sus idea de justicia, y la elección de palabras simples y conmovedoras:
"Toda su vida a los saltos, con esas cuatro o cinco escenas que moldearon su carácter y ya eran él mismo: Eva Perón en su piedad besando al vecino anciano y tuberculoso; la lluvia en el rancho inundado; el patrón Kun que lo mandaba al carajo y la huelga que hizo temblar a la Shell, todas las ranas de Dock Sur cantando en la noche mientras el griego Mingo le hablaba con paciencia del comunismo primitivo y la formación de la sociedad capitalista. Esas eran las cosas que nunca se irían de su mala memoria, las cosas que Francisco Granato puede contar lentamente, hoy, ayer y mañana."
Rodolfo Walsh: ¿Quién mató a Rosendo?, Ediciones de la Flor, p. 51.
jueves, mayo 10, 2007
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