Últimamente músicos, productores y sellos disqueros parecen visualizar la música como un cuadro de doble entrada, de esos que uno utiliza para organizar la información útil. En el eje x figuran una serie de estilos musicales: bossa nova, jazz, folclore, rock, flamenco, etc, etc. y en el eje y otros distintos: pop, rumba, boleros, música electrónica... Mes a mes van ideando fórmulas de cruce: ¿qué pasa si mezclamos el chamamé con el chill out, o las canciones de protesta de los '70 con la música clásica?
Gracias al cuadro de doble entrada podemos disfrutar de discos originales y geniales: Lágrimas Negras, fusionando el flamenco con el bolero y el tango, parece ser la mejor prueba de ello. Pero todo tiene un límite y es preciso aflojar: me banqué la música de los Beatles con quenitas norteñas, también entiendo que el tango electrónico tiene cosas muy buenas aunque algunos ladris hagan unos bodrios sintéticos a los que agregan un bandoneón con el sueño de vender discos en el exterior. Pero, ¿una versión de bossa edulcorada de The Wall? El cuadro de doble entrada falló, el espíritu de Pink Floyd no la va con una cantante sexy y melosa, que intenta seducirnos con su voz mientras nos canta un tema que marcó una época por expresar todo lo contrario.
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