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martes, mayo 09, 2006

Erik Satie: una sensibilidad en estado puro, por D.M.

Erik Satie nació en 1866 en Honfleur, Francia. Su estancia en el Conservatorio pasó inadvertida. Pero muy tempranamente en su vida iba a marcar su originalidad, tanto por su forma de vivir como por su arte. En 1884 fundó la Iglesia Metropolitana de Arte y Jesús conductor, de la que fue jefe y único fiel. El objeto de tal iglesia era "atacar a la sociedad por medio de la música y la pintura". En 1896 el dinero no le alcanzaba para pagar el alquiler de su habitación en Montmartre, por lo que decidió mudarse a un cuarto mucho más pequeño en el mismo edificio, al que llamó su "armario". Se informó a sí mismo el traslado, enviándose por correo una ceremoniosa carta. En la actualidad allí se encuentra el "Armario de Satie", considerado el museo más pequeño del mundo.
Dos años más tarde abandonó definitivamente París, instalándose en Arcueil, una villa aledaña. En este lugar vivió sus últimos treinta años, sin permitirle entrar a nadie. Satie llamaba a la residencia "su palacio episcopal". Allí se abultó correspondencia sin abrir, cuatrocientos rectángulos de papel con descripciones delirantes, y cartas jamás enviadas a la pintora Suzanne Valadon, el único amor que se le conoció.
Luego de haber pertenecido a la secta Rosacruz, en 1914 se afilió al Partido Socialista como forma de protesta contra el asesinato de su fundador, Jean Juarès.
Murió a los 59 años en el Hospital Saint Joseph, agobiado por los excesos del alcohol y la estrechez de su morada.
Pese a que Ravel lo reconoció como su precursor en 1910 y Debussy, Milhaud y Honegger lo alabaron, el público parisino de fines del Siglo XIX tendió a verlo como a un gran bromista. Paralelamente, Satie nunca se sintió atraído por el homenaje de los demás, sólo se burló de la solemnidad tan habitual en esa época y aquellos ámbitos. Decía con ironía que deseaba un teatro para perros en el que el telón se alzara sobre un hueso. Si encontraba admiradores, lo más frecuente era que se peleara con ellos.
Cuando todos se complicaban, Erik Satie había encontrado el secreto de la sencillez que se plasmó en una música de una originalidad única, restituyendo en el lenguaje moderno una simplicidad olvidada desde hacía siglos, aquello que Cocteau denominó como "la música blanca de Satie". Satie no fue un músico que compusiera sinfonías, conciertos u óperas. S
u modo de concebir la música no se parecía a ninguno. Si bien pueden encontrarse deficiencias técnicas, se trata de un estilo de una sensibilidad extraordinaria y personal. Las indicaciones de interpretación en sus obras eran curiosísimas, por ejemplo: "con sorpresa...., en ligera intimidad...., sin orgullo...". Otro de sus exotismos burlescos fue la obra Vexations. Esta es una pieza para piano de tan sólo ocho compases, pero que se requiere que se repita 840 veces, siendo su duración de veinte horas. Esta obra se ejecutó por primera vez en Nueva York en 1963, cuando John Cage y otros nueve músicos alternaron en la interpretación, mientras que diez críticos del New York Times se turnaban para cubrir el evento. Marginal por elección, era uno de esos artistas que no pueden separar la vida del arte.
El escritor cubano Alejo Carpentier lo plasmó diciendo: "(Satie)....era ante todo una sensibilidad en estado puro".

1 comentario:

Delia dijo...

oye, ¿no dijo cocteau q satie sí había hecho su teatro, cine para perros? en Opio