Ayer por la noche pudimos ver en el cierre de la muestra la exhibición del corto ganador y del documental premiado. Minutos más tarde la proyección de La pasión de la vida .
Tres propuestas muy diferentes que de algún modo resumen el espíritu de la muestra. El ángel de Dorotea es un corto estéticamente impecable que refleja la vida en un pequeño pueblo argentino opresivo, y los sueños de escape de un niño con la cuasi complicidad de su abuela.
China Blues es un documental duro. Se trata de mostrar cuál es el proceso que permitió el crecimiento de los talleres textiles chinos con precios sin competencia en el mercado. Toma el ejemplo de una fábrica de jeans, y a partir de allí da cuenta (sin facilismos) de toda una cadena de responsabilidades que termina en la explotación de jóvenes quinceañeras que viven hacinadas en la fábrica misma, alejadas de sus familias rurales. No obstante, se muestra la perspectiva de todos: la de las grandes marcas de ropa que buscan encontrar el precio unitario más bajo, la del dueño de la fábrica que precisa bajar sus costos lo más posible para competir en un mercado salvaje, y la de las empleadas que han sido enviadas allí por una familia que, agobiada por las cargas de unas economías rurales exhaustas, colocan a las jóvenes en las ciudades para que ganen un salario necesario para el hogar. Pero claro, una cosa es leer un frío informe sobre las condiciones laborales en China, o hacerse eco de las denuncias de No logo, y otra bien distinta es ver caras y gestos. La vida durísima y monótona de chicas que están en una edad en la que deberían estar eximidas de cualquier obligación, los rostros de desolación cuando observan las pancartas con los slogans para incentivar al personal: “Si no trabajas duro hoy, mañana tendrán un día más duro aún buscando otro trabajo”, los gestos de desesperación cuando anuncian que sigue una jornada de horas extras nocturnas no pagas para concluir un embarque urgente, el llanto de la chica más nueva en la fábrica cuyo primer salario es retenido como garantía y, entonces, no tiene plata para viajar a ver a su familia en las fiestas.
En medio de estas penurias las jóvenes sienten perplejidad por quién utiliza los jeans que ellas producen. Muchas cinturas tienen el tamaño de sus espaldas y el largo de las piernas es la estatura total de una chica china. Comienzan a pensar en escribir una carta y guardarla en el bolsillo de un jean para que esos dos universos tan diferentes entren en contacto alguna vez.
Después de este shock de realidad (hamburguesa mediante) resulta extraño sumergirse en el mundo de La pasión de la vida. Una historia que tiene que ver con el conocimiento accidental de dos mujeres bien diferentes: la consentida hija del dueño de un hotel, y una socióloga que tiene un estudio como dominatrix. Dos mujeres que parecen estar buscando solamente las formas más refinadas posibles del placer, serán vistas también en la desnudez de su debilidad y soledad, en el marco de una película extraña que juega tanto con lo erótico como con lo místico. Muchos espectadores se paran y se van. No obstante, los que vencieron prejuicios y se quedaron pudieron disfrutar de una película singularmente bella en la cual, lo que uno puede juzgar como macabro y también lo delicado, coexisten sin fricciones.
Tres propuestas muy diferentes que de algún modo resumen el espíritu de la muestra. El ángel de Dorotea es un corto estéticamente impecable que refleja la vida en un pequeño pueblo argentino opresivo, y los sueños de escape de un niño con la cuasi complicidad de su abuela.
China Blues es un documental duro. Se trata de mostrar cuál es el proceso que permitió el crecimiento de los talleres textiles chinos con precios sin competencia en el mercado. Toma el ejemplo de una fábrica de jeans, y a partir de allí da cuenta (sin facilismos) de toda una cadena de responsabilidades que termina en la explotación de jóvenes quinceañeras que viven hacinadas en la fábrica misma, alejadas de sus familias rurales. No obstante, se muestra la perspectiva de todos: la de las grandes marcas de ropa que buscan encontrar el precio unitario más bajo, la del dueño de la fábrica que precisa bajar sus costos lo más posible para competir en un mercado salvaje, y la de las empleadas que han sido enviadas allí por una familia que, agobiada por las cargas de unas economías rurales exhaustas, colocan a las jóvenes en las ciudades para que ganen un salario necesario para el hogar. Pero claro, una cosa es leer un frío informe sobre las condiciones laborales en China, o hacerse eco de las denuncias de No logo, y otra bien distinta es ver caras y gestos. La vida durísima y monótona de chicas que están en una edad en la que deberían estar eximidas de cualquier obligación, los rostros de desolación cuando observan las pancartas con los slogans para incentivar al personal: “Si no trabajas duro hoy, mañana tendrán un día más duro aún buscando otro trabajo”, los gestos de desesperación cuando anuncian que sigue una jornada de horas extras nocturnas no pagas para concluir un embarque urgente, el llanto de la chica más nueva en la fábrica cuyo primer salario es retenido como garantía y, entonces, no tiene plata para viajar a ver a su familia en las fiestas.
En medio de estas penurias las jóvenes sienten perplejidad por quién utiliza los jeans que ellas producen. Muchas cinturas tienen el tamaño de sus espaldas y el largo de las piernas es la estatura total de una chica china. Comienzan a pensar en escribir una carta y guardarla en el bolsillo de un jean para que esos dos universos tan diferentes entren en contacto alguna vez.
Después de este shock de realidad (hamburguesa mediante) resulta extraño sumergirse en el mundo de La pasión de la vida. Una historia que tiene que ver con el conocimiento accidental de dos mujeres bien diferentes: la consentida hija del dueño de un hotel, y una socióloga que tiene un estudio como dominatrix. Dos mujeres que parecen estar buscando solamente las formas más refinadas posibles del placer, serán vistas también en la desnudez de su debilidad y soledad, en el marco de una película extraña que juega tanto con lo erótico como con lo místico. Muchos espectadores se paran y se van. No obstante, los que vencieron prejuicios y se quedaron pudieron disfrutar de una película singularmente bella en la cual, lo que uno puede juzgar como macabro y también lo delicado, coexisten sin fricciones.
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