Mi vecino Juan Carlos es la persona más refinada que conozco a la hora de comer. Esto es, cualquier almuerzo o cena en su domicilio es una ocasión singular, que amerita un plato dedicadamente preparado, con materia prima de óptima calidad. Nunca la rotisería, nunca una pizza congelada, nunca un puré cheff. Lo singular es que Juan Carlos no acompaña este exquisito paladar a la hora de comer con otras cualidades propias de un gusto refinado. Entendámonos: Juan Carlos es inculto, mal hablado, e incluso un poco sucio (salvo las manos para cocinar). Los preconceptos de la sociedad falsamente gourmet nos indicarían que el hombre delicado a la hora de comer, es también un refinado en la decoración de su casa, en sus gustos musicales y en su vestir. Nada más lejos de Juan Carlos, pero desafío a cualquier televidente del canal Gourmet, a cualquier recomendador compulsivo de nuevo restaurante de albahaca y cilantro a que demuestre ante escribano público que come mejor que mi vecino que no presume de nada, que no se deja engañar por revistas especializadas por restaurantes de platos minimalistas y precios maximalistas.
Juan Carlos demuestra una serie de premisas:
- Que el buen comer no es patrimonio de unos pocos entendidos, sino en un saber más complejo que puede anidar en cualquier guarida.
- Que muchos cultores de lo gourmet terminan comiendo a escondidas en un McDonald´s o preparándose en casa unas salchichas con un tomate partido al medio. El buen comer no es pose, no es cosa de un día, es un verdadero compromiso.
1 comentario:
Un amigo visitó a Juan Carlos hoy. Le preguntó qué había comido ayer. Juan Carlos responde: al mediodía, costeletitas de cerdo con puré de manzana, y a la noche fideos verdes caseros con salsa de calamares.
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