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martes, septiembre 01, 2009

Intoxicación con el pasado

Un dolor de cabeza espantoso me acometió al regreso de un viaje. Lo atribuí al exceso del ocio: a la comida, la calefacción, el dormir. Cuando muchas horas después de comer liviano, Ibupirac, sueño y retorno a la rutina, el dolor no había cesado... comencé a pensar en una intoxicación. Revisé minuciosamente lo que había comido para concluir que nada podía haberme hecho mal. Mi dolor de cabeza era tan espantoso que ni siquiera podía leer, y tuve que abandonar la novela que había empezado golosamente al iniciar el viaje. Se trataba de El pasado, de Alan Pauls.

Mi relación con los libros de Pauls fue como un rodeo para llegar al centro. Leí Wasabi impactada por la frase perfecta y la brillantez para contar el mundo sentimental, aluciné con La vida descalzo, unas memorias de veraneos que parecen llevar en sus hojas ese aroma de playa mezcla de Rayito de sol, salitre y transpiración, me fasciné con Historia del llanto con pasajes que me hicieron reír hasta las lágrimas que no conseguía el protagonista, y admiré la perfección de El efecto Borges.

Leía a Pauls, pero siempre con la conciencia de estar eludiendo la obra más importante. Y sabía que la esquivaba no porque me acobardaran sus más de quinientas páginas, sino porque el instinto de supervivencia me animaba a eludir un libro que no me tocaba de costado. Pero claro que el morbo y la falsa creencia en mi fortaleza emocional me hicieron llevar el libro a mis vacaciones y leer de un tirón sus primeras doscientas páginas. La manera en que Pauls habla de las relaciones es tan contundente que alarma. En sus parrafadas absurdas, donde un paréntesis sobre la enagua que asoma por debajo de la pollera de la amante del padre de su exnovia abre un recuerdo sobre la maestra de cuarto grado que se extiende por veinte páginas y nunca retorna a su punto de inicio, existe una lógica inexorable sobre lo que se quiere contar. La ruptura de una relación muy larga no sólo acarrea la pérdida de la persona amada (reemplazable, tal vez, por otro cuerpo, otro olor, otras locuras) sino que nos enfrenta al peso mismo del pasado plagado de recuerdos.

Llegada a este punto de suspensión de la lectura por el dolor atroz que me impedía pensar con lucidez el presente, aunque me permitía intuir alguna que otra evidencia, caí en la cuenta de que estaba intoxicada de El pasado. Que sus párrafos eternos y dolientes habían producido un empacho como si de docenas de Havanetes se tratara. Pero claro, ¿cómo renunciar al final de la historia de amor entre el desalojado de voluntad Rímini y la obsesiva Sofía? No. Y convaleciente de mi dolencia, mientras las puntadas tras los ojos continuaban, retomé la novela.

Por suerte el libro decae en intensidad después de la primera mitad. Luego de una maestral introducción en la que Pauls nos narra un amor perfecto y mimético, su final, algunas hipótesis sobre este, y el patetismo de un Rímini que con tal de no enfrentarse a Sofía, recurre a la compulsión de su trabajo como traductor, la adicción a la cocaína y la masturbación y el cautiverio de una novia enferma de los celos que mantiene a raya el pasado; el libro pasa a una fase confusa plagada de exageraciones en la que Rímini pierde su don con las lenguas, se transforma en padre de familia y pierde todo, se encierra en el departamento de su padre a auto compadecerse, se transforma en entrenador de tenis y va preso por robar un cuadro. Lejos de encontrar en este pasaje un estancamiento, yo creo que es una tregua hacia el lector, porque si Pauls hubiera seguido su relato corrosivo de certezas como en las primeras páginas se hubiera transformado en un libro odioso. Así, la dosis de ficción de un Rímini perdido en San Pablo, con una amante vieja con plata, las peripecias de un cuadro de Rieltse permiten que sea una novela con la cuota necesaria de sinsentido que nos permita reponernos para el final.

Sobre el desenlace el dolor de cabeza retorna recrudecido, pero lo combato a puro migral para terminar una de las novelas más terribles de la literatura argentina reciente con efectos devastadores sobre la vida del lector. Un libro que te arrastra, te cachetea, te enferma y te indigna. Cómo ser Rímini y Sofía y vivir EL amor, pero como –por favor– nunca ser ellos: obsesivos, aferrados a un par de cajas de fotos viejas, inhallables para sí sin el otro, desangrados por sus propios sentimientos.

1 comentario:

two- dijo...

Ese libro es increible..

Solo puedo agregar el fragmento de una cancion que escuche mucho en mis ultimas vacaciones.. nunca le habia prestado la atencion necesaria.. y de repente.. ahi estaba esta frase..

"Es muy tarde pero igual
el pasado vuelve a cada instante."

Me quedo resonando eternamente.. como me paso con el libro el verano que lo lei.