El año pasado la novela de Saccomanno El buen dolor se editó en formato de bolsillo. Buena ocasión, entonces, para leer un libro que no había abordado cuando salió en 1999. Especialmente porque después de leer la fabulosa trilogía que recorre la historia política argentina reciente: La lengua del malón , El amor argentino y 77, uno comprende que tras toda novela de este autor hay un trabajo de investigación, de preparación...
El buen dolor se diferencia de la trilogía mencionada en que, evidentemente, se trata de un escrito más íntimo. Es un pequeño relato de un niño que crece en una casa humilde con una madre pasiva, un padre idealista, pero con tendencia a la desidia, y una abuela terrible. Cuando esta última enferma la casa se desmorona y la larga agonía los consume a todos.
Ese chico se hace un hombre, y se vuelve escritor, y tiene una deuda con aquel relato: la historia de su infancia y la muerte de su abuela. Hasta que su padre muere, y entonces siente la necesidad acuciante de cerrar el círculo, de contar la historia familiar. De historiar el dolor y la pobreza.
"Si se levantasen todos los techos de una ciudad, decía mi padre,y los hombres pudieran ver cómo viven, quizá el mundo sería más tolerable. Todas esas lucecitas titilando en la noche contenían historias que no eran muy diferentes de las nuestras, la historia de mi padre y la mía. La desgracia andaba cerca, acechando. Nadie estaba a salvo de la miseria, la enfermedad, la humillación. La abuela, me acordaba, solía decir que todos los sufrimientos que se padecían en esta vida eran una templanza. Había un dolor que era bueno. Y ese dolor era una prueba a la que nos sometía Dios para probar nuestra fe."
G. se traslada hasta un balneario desolado en pleno invierno, y allí acomete la labor de contar lo que no se puede contar. Pero aparece una mujer, actriz hippie con tendencia a la sobreactuación, una mujer fatal, de esas que pueden llegar a conmovernos aunque sepamos que esa es su intención. Van ambos en un micro retrasado, helado y destartalado a Villa Gesell, y ella narra el rosario de desgracias que la tienen como víctima y heroína. Y así el escritor ve como en un espejo en Inés su propia imagen: contar la historia de su abuela humillando a su padre, de su padre pobre y avergonzado soñando con ser escritor, de los sonidos y olores de la pobreza... es sólo para hablar de sí mismo y caer en la deformación, la autocompasión, alguna forma de mentira.
No obstante, con una sinceridad descarnada, Saccomanno logra contar la historia que no se puede contar.
El buen dolor se diferencia de la trilogía mencionada en que, evidentemente, se trata de un escrito más íntimo. Es un pequeño relato de un niño que crece en una casa humilde con una madre pasiva, un padre idealista, pero con tendencia a la desidia, y una abuela terrible. Cuando esta última enferma la casa se desmorona y la larga agonía los consume a todos.
Ese chico se hace un hombre, y se vuelve escritor, y tiene una deuda con aquel relato: la historia de su infancia y la muerte de su abuela. Hasta que su padre muere, y entonces siente la necesidad acuciante de cerrar el círculo, de contar la historia familiar. De historiar el dolor y la pobreza.
"Si se levantasen todos los techos de una ciudad, decía mi padre,y los hombres pudieran ver cómo viven, quizá el mundo sería más tolerable. Todas esas lucecitas titilando en la noche contenían historias que no eran muy diferentes de las nuestras, la historia de mi padre y la mía. La desgracia andaba cerca, acechando. Nadie estaba a salvo de la miseria, la enfermedad, la humillación. La abuela, me acordaba, solía decir que todos los sufrimientos que se padecían en esta vida eran una templanza. Había un dolor que era bueno. Y ese dolor era una prueba a la que nos sometía Dios para probar nuestra fe."
G. se traslada hasta un balneario desolado en pleno invierno, y allí acomete la labor de contar lo que no se puede contar. Pero aparece una mujer, actriz hippie con tendencia a la sobreactuación, una mujer fatal, de esas que pueden llegar a conmovernos aunque sepamos que esa es su intención. Van ambos en un micro retrasado, helado y destartalado a Villa Gesell, y ella narra el rosario de desgracias que la tienen como víctima y heroína. Y así el escritor ve como en un espejo en Inés su propia imagen: contar la historia de su abuela humillando a su padre, de su padre pobre y avergonzado soñando con ser escritor, de los sonidos y olores de la pobreza... es sólo para hablar de sí mismo y caer en la deformación, la autocompasión, alguna forma de mentira.
No obstante, con una sinceridad descarnada, Saccomanno logra contar la historia que no se puede contar.
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