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lunes, abril 27, 2009

Diario de la edición de una novela



Editar una novela no es algo tan fácil como parece, pero también es mucho más divertido de lo que podría suponerse. Desde trabajar en las versiones originales del texto cortando cada cinco minutos para hacer disquisiciones personales tan profundas como ridículas, hasta estar tomando una copa de vino en el festejo han pasado varias cosas. Y mientras el texto va tomando forma pensar una editorial, un nombre, un logo que tuviera que ver con nosotras. Mercedes ideó una imagen muy linda de una pluma azul que es, a la par, esa plumita que anda por el aire de la gente que no sabe muy bien cuál es su lugar para quedarse, y la pluma de tinta azul con la que aprendimos a escribir. Y hacer pilas de libros en Sibelius comparando formatos, cajas, papeles, tapas, solapas, contratapas. Jugar con la paleta de colores hasta llegar a la solución más absurda: estampar la foto del escritor sobre un rosa chicle que nos gustaba tanto... pero que era mejor como color de ropa interior que para contener la biografía de un cura que ha dejado sus hábitos.

Los nervios y el terror a que algo salga mal hacen que impliques en el proyecto a todos los que te rodean: que vaya a buscar los libros a la imprenta una amiga copada acompañada por el poeta DJ sordo Nicolás Bedini. Pero que al querer sacar el auto estacionado enfrente de la librería lo encuentre bloqueado por ostentosa 4 X 4. Y entre tanto te llamen de la imprenta para decirte que no te pueden bancar más... que se tienen que ir. Pero que no importa, que dejan los libros en el restaurante afrodisíaco que está justo al lado. Así que los libros sobre Artigas terminan en la cocina del restaurante mientras Bárbara Gasalla garabateaba con furia la nota para el dueño del vehículo como si los insultos escritos en un block tuvieran la fuerza de un conjuro. Entre tanto, Celina Artigas enloquece en el teléfono, espantada porque los libros se van a llenar de olor a aceite o su destino se va a ver malignamente modificado, porque: ¿Qué puede esperarse de un restaurante afrodisíaco llamado Tu madre?

Y mientras al escritor se le paran los pelos de la ansiedad imaginando una presentación con invitados, auditorio copado, vino... pero sin libros, logramos llevar las cajas a la terminal. Y la ansiedad me hace cruzar sin mirar que venía un micro. Y bueno, tal vez con la moda necrótica que nos invade, así como Alfonsín será por las próximas dos semanas el ídolo máximo de la nación y se venden los discos y los libros de los artistas recientemente fallecidos, el libro Los Artigas hubiera tenido un mejor destino si la editora hubiera sido aplastada por el Rápido Argentino perdiéndose una de las cajas de libros en el hecho. Pero por suerte, un bocinazo del novio previsor nos salva de la muerte inminente, porque ¿para qué están los hombres organizados sino para salvar a su chica soñadora que pensando en literatura no presta atención al cruzar la calle?

Los libros llegan a destino y ya está todo listo en el pasaje Dardo Rocha mientras voy llegando a La Plata. Celina espera ansiosa con unos mates mientras hace la pregunta más temida: “¿Qué me pongo?” Porque seremos editoras, novelistas, físicas, astronautas, pero ante todo, somos mujeres. Y qué ropa ponerse para el juicio en el que somos acusadas de plagio o para recibir el premio a la científica del año sigue siendo central. “Con este vestido parezco Sally de El extraño mundo de Jack” dice Celina mientras Titi la mira arrobado tomando una chocolatada. Decidido el atuendo todavía falta saber si la chalina con lentejuelas es el complemento ideal o una extrema muestra de ridiculez para la ocasión, cuando ocurre lo inevitable: la calza tiene un agujerito que es zurcido por mí mientras Celina apoya la pierna en el bidet y disculpa por celular a su chico, ex novio o aspirante a amante por no poder ir a la presentación.

Todos salimos corriendo del departamento y cuando ya estamos por llegar nos vemos bloqueados por una manifestación. Es la “marcha de las antorchas” que reclama por las pésimas condiciones edilicias de la universidad de La Plata. Abriéndonos paso entre los manifestantes nos parecemos más a los protagonistas de Esperando la carroza que a las representantes de una editorial. Finalmente, llegamos hasta el Pasaje Dardo Rocha. En el café Francisco nos presenta gente que no entendemos quién es porque una banda de ska satura el ambiente con una música simplona, pero que pone más adrenalina al momento.

Ya parece estar todo listo, aunque claro, nos paramos en la puerta del Salón Multimedia con cara de susto. La misma que teníamos en el cumpleaños número siete, porque habíamos cambiado de escuela y, encima, llovía, así que no sabíamos si nuestros nuevos amigos iban a ir a la fiesta. Parecida a la torre de alfajores de maicena es la de libros Los Artigas. Y en lugar de Crush hay vino Santa Julia. Las cosas cambian, pero no tanto, porque el pánico infantil a que todos fallen a último momento, persiste. Y “¿qué quedó de esa nena tan tímida que usaba vestiditos con nido de abeja?” me pregunto mientras me ubico en la clásica mesa de presentación con el auditorio, ahora sí, colmado... “Lamentablemente mucho” me contesto mientras tartamudeo para presentar a Francisco y decir unas palabras caóticas y desordenadas que no dan cuenta de lo mucho que me gustó editar esta novela, de lo agradable que fue buscarle nombre, tapa, articular un estilo dentro del estilo.

Vuelvo a mi lugar para encontrarme con Titi preguntándome: “Vos vas a ser viejita mamá?” mientras veo una llamada perdida en el celular. Eran los maravillosos Manucho y Bárbara que se transformaron en los vendedores estrella de Sibelius por un día. Querían saber donde encontrar un par de discos en el caótico negocio. Ante la ausencia de respuesta inventaron, creativamente, otros productos para que adquiriera el alud de psiquiatras que visitó la ciudad con motivo del Congreso de Psiquiatría. Por un momento temí que se los llevaran a ellos con chaleco de fuerza, pero afortunadamente lograron disimular su chifladura y recomendar discos de tango.

En Jésolo, mientras comemos unas pastas, todo fluye mejor y puedo charlar con Gonzalo, el diseñador de paciencia infinita cuya inspiración literaria se despertó en este proceso y va a escribir un opúsculo titulado “Un día con Celina Artigas” que exprese lo mandonas y demandantes que pueden ser las editoras noveles con moditos lindos. También con mi hermano que está armando la página de Azulpluma y quiere que mientras enrollamos los fideos le expliquemos, ahora que estamos calmadas y juntas, qué pretendemos que tenga el espacio. Entre tanto, Alan y Titi reflexionan, con más profundidad con la que Bourdieu reflexiona "sobre la televisión", acerca de Star Wars. Justo cuando llegan los postres y empezamos a relajarnos es hora de volver a Mar del Plata. Vamos a la ruta cansados, pero contentos. Parece mentira que sólo hace un par de meses estuviéramos pensando en la librería en que sería lindo tener una editorial...

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