Juan Incardona estará el viernes 6 de noviembre en Mar del Plata, justo cuando acabo de terminar su libro El campito. Había leído un muy interesante cuento suyo en Un grito de corazón, así que tomé la novela esperanzada de encontrar la misma estética y no me defraudó. Con los mismos trazos que en un cuadro de Santoro, Incardona retrata un pueblo peronista mítico, parecido al de Gamerro en La aventura de los bustos de Eva. Es decir, más allá de la política de las altas esferas, el sentimiento de fidelidad incondicional en la clase trabajadora a Perón y Eva expresado en una serie de mitos domésticos y colectivos. E igual que Gamerro o Santoro, Incardona introduce un elemento hiperbólico, absurdo, delirante. De esta manera el señor Carlitos, linyera acompañado por un gato montés, accede a los barrios ocultos del peronismo. Una serie de extraños lugares creados por la CGT por orden de Eva Perón, pensados para defender al peronismo si este era puesto en jaque por la oligarquía. Como si el tiempo estuviera detenido, o estancado a las orillas del Richuelo que circula estos barrios, aparece el Esperpento, monstruo creado por los gorilas para azotar estas poblaciones. Entonces, el pueblo peronista se reúne, con las armas que le dejara la Señora, para defenderse de los opresores. Un pueblo conformado por enanos a causa de las mutaciones genéticas que produce el contaminado río La Matanza, Riachuelito, la changuisenda, unas censistas peronistas que viven en un barrio cerrado a los hombres, coexisten en este libro delirante que concluye en la batalla final en torno al Mercado Central.
Ahora bien, de la misma manera en que yo consumo compulsivamente este tipo de literatura, entiendo a quienes no simpatizan con ella. En un artículo aparecido el 26 de septiembre en Ñ, Esteban Schmidt analiza el fenómeno de la literatura neoperonista y diagnostica:
“La poética sacrificial del matrimonio Kirchner proyectó un peronismo friendly que excitó a nuestra juventud letrada, esclava de los significantes, y generó un marco performador para su desarrollo evolutivo. Pero, infelizmente, una pobre imaginación se deriva de las altisonancias invasivas que atontan. Y asumiendo la identidad peronista vía Néstor se fumaron cualquier salvedad sobre el peronismo ancho y largo, con sus mojones de la triple A, del petiso Alderete, para ahogarse con la neblina populista de Leonardo Favio y Daniel Santero, el pintor, ancien regime reverenciado, abejas reinas de las mieles justicialistas, de los primeros cinco años del peronismo, de cuando Eva Perón se volvió madre absoluta, figura descollante y lírica que tanto regalaba una cocina como un marido, una combinación que divierte a estas eminencias, prendados infantilmente del bizarrismo peronista, la excepcionalidad argentina.”
Para demostrar su punto Schmidt cita pasajes de Escolástica peronista de Carlos Godoy:
“Mandar escabeche en una
encomienda
a un hijo que está lejos
es peronista.”
Y lo curioso es reconocerme en la descripción, considerarla fiel y plausibles los motivos alegados. Y sin embargo, que esto no logre mitigar mi gusto por esta literatura. ¿Por qué? Porque creo que en el fondo la dicotomía peronismo/ antiperonismo sigue vigente. Por supuesto que libros como el de Incardona remiten a arquetipos que dejan afuera montón de datos de la política, la economía, la sociología, la historia, la estadística, pero remiten a estructuras de sentir enfrentadas, dicotómicas, ante las cuales no nos podemos mantener indiferentes.
Yo crecí en una familia cuya rama paterna era tan peronista como antiperonista la materna. De esta manera, viví la ilusión de no tener que optar, en la fantasía de poder comprender el peronismo de un abuelo (que trabajaba en una fábrica inglesa, por lo que el peronismo supuso para él no sólo una mejora en sus condiciones de vida, sino también el acceso a un cierto grado de dignidad en el trato con sus empleadores) tanto como el antiperonismo de mi otro abuelo (socialista, que trabajaba en la universidad y tuvo que afiliarse al PJ para no perder su trabajo).
Pero mientras leía Resistencia e integración de Daniel James, repentinamente, entendí. O justamente, dejé de entender. Frente a un hombre que contaba su biografía laboral: el ninguneo de los trabajadores antes de que Perón estuviera al frente de la Secretaría de trabajo, los cambios gigantes durante los gobiernos justicialistas, y la espantosa derrota, desmoralización y resistencia arriesgándolo todo luego del golpe del ’55, sentí tanto cariño por ese hombre y por todos los que habían sufrido como él que me puse a llorar. Sentimientos estos que sólo se fortificaron con otras lecturas históricas y literarias. Por supuesto que Operación masacre, La pasión según Trelew y Santa evita fueron mojones fundamentales, pero en la actualidad leo con avidez textos más ácidos desde el escepticismo posmoderno como La aventura de los bustos de Eva y La vida por Perón.
Es decir, el médico puede diagnosticar una adicción, interpretar sus causas, mas no por ello curarla.
Ahora bien, de la misma manera en que yo consumo compulsivamente este tipo de literatura, entiendo a quienes no simpatizan con ella. En un artículo aparecido el 26 de septiembre en Ñ, Esteban Schmidt analiza el fenómeno de la literatura neoperonista y diagnostica:
“La poética sacrificial del matrimonio Kirchner proyectó un peronismo friendly que excitó a nuestra juventud letrada, esclava de los significantes, y generó un marco performador para su desarrollo evolutivo. Pero, infelizmente, una pobre imaginación se deriva de las altisonancias invasivas que atontan. Y asumiendo la identidad peronista vía Néstor se fumaron cualquier salvedad sobre el peronismo ancho y largo, con sus mojones de la triple A, del petiso Alderete, para ahogarse con la neblina populista de Leonardo Favio y Daniel Santero, el pintor, ancien regime reverenciado, abejas reinas de las mieles justicialistas, de los primeros cinco años del peronismo, de cuando Eva Perón se volvió madre absoluta, figura descollante y lírica que tanto regalaba una cocina como un marido, una combinación que divierte a estas eminencias, prendados infantilmente del bizarrismo peronista, la excepcionalidad argentina.”
Para demostrar su punto Schmidt cita pasajes de Escolástica peronista de Carlos Godoy:
“Mandar escabeche en una
encomienda
a un hijo que está lejos
es peronista.”
Y lo curioso es reconocerme en la descripción, considerarla fiel y plausibles los motivos alegados. Y sin embargo, que esto no logre mitigar mi gusto por esta literatura. ¿Por qué? Porque creo que en el fondo la dicotomía peronismo/ antiperonismo sigue vigente. Por supuesto que libros como el de Incardona remiten a arquetipos que dejan afuera montón de datos de la política, la economía, la sociología, la historia, la estadística, pero remiten a estructuras de sentir enfrentadas, dicotómicas, ante las cuales no nos podemos mantener indiferentes.
Yo crecí en una familia cuya rama paterna era tan peronista como antiperonista la materna. De esta manera, viví la ilusión de no tener que optar, en la fantasía de poder comprender el peronismo de un abuelo (que trabajaba en una fábrica inglesa, por lo que el peronismo supuso para él no sólo una mejora en sus condiciones de vida, sino también el acceso a un cierto grado de dignidad en el trato con sus empleadores) tanto como el antiperonismo de mi otro abuelo (socialista, que trabajaba en la universidad y tuvo que afiliarse al PJ para no perder su trabajo).
Pero mientras leía Resistencia e integración de Daniel James, repentinamente, entendí. O justamente, dejé de entender. Frente a un hombre que contaba su biografía laboral: el ninguneo de los trabajadores antes de que Perón estuviera al frente de la Secretaría de trabajo, los cambios gigantes durante los gobiernos justicialistas, y la espantosa derrota, desmoralización y resistencia arriesgándolo todo luego del golpe del ’55, sentí tanto cariño por ese hombre y por todos los que habían sufrido como él que me puse a llorar. Sentimientos estos que sólo se fortificaron con otras lecturas históricas y literarias. Por supuesto que Operación masacre, La pasión según Trelew y Santa evita fueron mojones fundamentales, pero en la actualidad leo con avidez textos más ácidos desde el escepticismo posmoderno como La aventura de los bustos de Eva y La vida por Perón.
Es decir, el médico puede diagnosticar una adicción, interpretar sus causas, mas no por ello curarla.
2 comentarios:
Todo muy lindo, me haré de esa copia...pero pone más música Adriana!!! Beso.
La mejor forma de deshacer el encanto del peronismo es viajando por un pais rico con un libro de historia argentina en la mano.
Por creer en boluduces, nos tomaron justamente por boludos. Y se nos paso el tren.
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