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jueves, octubre 22, 2009

Sylvia Plath y Janet Malcolm. El arte de morir y el arte de la biografía

¡Qué bueno que es leer un libro inteligente! Y eso es lo que nos ocurre al tomar La mujer en silencio de Janet Malcolm, interesantísimo ensayo sobre Sylvia Plath y Ted Hughes. El libro, más que intentar entender la compleja relación entre ambos, historia la vinculación entre los herederos de Sylvia Plath y sus biógrafos. Y al hacerlo trabaja muy agudamente sobre los límites de la profesión del crítico literario, el periodista y el biógrafo.

Sylvia Plath fue una americana casada con el poeta inglés Ted Hughes. En algún momento proyectó la imagen del ama de casa y madre feliz que también escribía, pero que ante la infidelidad y abandono de su marido se suicida metiendo la cabeza en el horno, en tanto dejaba la merienda preparada a sus hijos. Posteriormente, otras imágenes vinieron a complejizar este cuadro: el intento de suicidio a los veinte años, su contradictoria relación con la figura de un padre muerto tempranamente y el difícil vínculo con su madre. Y también el carácter posesivo y fuerte, así como la lucha por desnudar su verdadera personalidad. Estos datos confrontados fueron forjando imágenes encontradas: tanto la mujer perfecta mártir, como un icono del feminismo, una poetiza fuerte con una obra compleja, una escritora menor cuyo trágico final y escándalos por los derechos de los escritos suscitaron una atención más morbosa que literaria.

En cualquier caso, lo que seguro pinta con claridad la imagen de Plath es un clima de época previa al feminismo en el que una mujer como ella intentaba desarrollar una carrera y un sentir acatando las convenciones y con una vinculación compleja con el mundo masculino. Mundo de hombres representado en primer lugar por su padre, pero configurando un modelo dentro del que está incluido Hughes:


Siempre te he tenido a ti
Con tu Luftwaffe, con tu glugluglú,
Y tu recortado bigote
Y tu ojo ario, azul celeste.
Hombre-panzer. Oh, tú...

No Dios, sino una esvástica
Tan negra que ningún cielo podría cernirse.
Toda mujer adora a un fascista,
la bota en la cara, el brutal
brutal corazón de una bestia como tú.

De pie estás en la pizarra, papi,
En la fotografía que tengo de ti,
Una hendidura en la barbilla
En vez de en tu pie.
Pero no menos demonio por eso, no,
No menos que el hombre de negro.

Que puso freno a mi lindo y rojo corazón
Tenía diez años cuando te enterraron.
A los veinte intenté morir
Y regresé, regresé a ti
Pensé que hasta mis huesos volverían también.

Pero me sacaron de la talega
Y me reconstruyeron con goma.
Y entonces supe qué hacer.
Hice un modelo de ti.
Un hombre de negro con aire de Meinkampf.

Amante del tormento y la deformación
Yo dije sí, sí quiero.
Así, papito, he terminado al fin.
El teléfono se arrancó de raíz,
Las voces ya no pueden carcomerme más.


He matado a un hombre, he matado a dos
Al vampiro que dijo ser tú
Y bebió de mi sangre todo un año,
Siete años si quieres enterarte,
Papito, puedes descansar en paz ahora.

Hay una estaca en tu negro, burdo corazón,
A los aldeanos nunca les gustaste.
Están bailando y zapateando sobre ti,
siempre supieron que eras tú
Papito, papito: escúchame bastardo, acabada estoy.

A partir de esta fuerte poesía y la muerte trágica fue conformándose el mito de Sylvia Plath, al que contribuyeron una serie de libros sobre el tema. La posición de Ted Hughes y su hermana Olwyn –temible esfinge a la que tuvieron que enfrentarse todos los que, al querer escribir sobre Plath, necesitaban autorización para citar su obra o escritos privados¬ generaron un paradójico resultado. Al desear que no se hablara sobre el tema, quedaron como los villanos que intentaban ocultar sus fechorías, y al oscilar entre la censura a quienes escribían sobre Plath y la publicación por parte de ellos mismos de los diarios y la correspondencia, generaron una polémica sobre sí como guardianes de la obra. Lo inteligente del libro de Janet Malcolm reside justamente aquí: en el narrar con lucidez y gracia los diferentes encuentros con los protagonistas del mito de Sylvia Plath, y en esta descripción no obviar el factor del dinero. Dinero que cobró Hughes al publicar los diarios mutilados de Plath, plata que cobró Anne Stevenson en concepto de adelanto de derechos de autor por una obra que sintió que le dictaba Olwyn Hughes. Dinero que también percibieron las amigas cercanas que escribieron unas memorias que la defienden, el vecino de abajo que podría haberla salvado, o la crítica literaria feminista que sugiere que la poesía de Sylvia Plath tiene un carácter sexualmente indefinido. Otro detalle suspicaz es que Malcolm rechaza de plano la existencia de una biografía objetiva e imparcial. Al respecto dice:

“Escribir no es algo que se pueda hacer en estado de ausencia de deseos. La pose de la imparcialidad, la charada de la ecuanimidad, lo notable de una actitud de distanciamiento, nunca pueden ser más que tretas retóricas; si son auténticas, si al escritor no le importa de verdad que las cosas pasen de un modo u otro, no se sentiría motivado a representarlas.”

En este contexto, Malcolm se presenta más como una defensora de Ted Hughes y Olwyn que intentaron, de una forma en ocasiones contraproducente, preservar la intimidad de la poeta muerta y su familia contra las embestidas de la prensa morbosa. Cuestión en ningún sentido menor si tenemos en cuenta que el suicidio de la poeta se produce cuando sus hijos eran pequeños y su vida se vio jalonada por diferentes y dolorosas representaciones de su madre. El libro de Malcolm fue publicado en 1994, pero es significativo contar que uno de los hijos de Sylvia Plath se suicidó en el corriente año. No obstante la posición tomada, Malcolm hace bien de abogado del diablo, pues en la estructuración de su relato no dejan de mencionarse ciertos hechos e imágenes que contribuirían con la tesis opuesta: que Plath fue una gran poeta víctima de un entorno hostil. Por otra parte, los fragmentos de los poemas citados y su análisis nos dejan con ganas de más por su fuerza y su carácter anticipatorio. Por ejemplo, Malcolm nos cuenta la impactante lectura pública de Lady Lazarus meses antes de su muerte. Leerlos a la luz de los acontecimientos posteriores es sencillamente escalofriante por su mudo pedido de ayuda, por el carácter exhibicionista del acto del suicidio, por el sentimiento de predestinación:

Lo logré otra vez,
Me las arreglo —
Una vez cada diez años.
Especie de fantasmal milagro, mi piel
Brillante como una pantalla nazi,
Mi diestro pie
Es un pisapapel,
Mi rostro un fino lienzo
Judío y sin rasgos.
Descascara la envoltura
Oh, mi enemigo,
¿Aterro acaso? —
¿La nariz, las cuencas vacías, los dientes?
El apestoso aliento
Se desvanecerá en un día.
Pronto, muy pronto, la carne
Que la tumba devoró
Se sentirá bien en mí
Y yo una mujer que sonríe.
Tengo sólo treinta años.
Y como gato he de morir nueve veces.
Esta es la Número Tres.
Qué desperdicio
Eso de aniquilarse cada década.
Qué millón de filamentos.
La multitud mascando maní se agolpa
Para verlos.
Cómo me desenvuelven la mano, el pie —
El gran desnudamiento.
Damas y caballeros.
Estas son mis manos
Mis rodillas.
Soy tal vez huesos y pellejo.
Sin embargo, soy la misma, idéntica mujer.
La primera vez que sucedió tenía diez.
Fue un accidente.
La segunda vez pretendí
Superarme y no regresar jamás.
Oscilé callada.
Como una concha marina.
Tenían que llamar y llamar
Recoger mis gusanos como perlas pegajosas/
Morir
Es un arte, como cualquier otra cosa.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Lo hago para sentirme hasta las heces.
Lo ejecuto para sentirlo real.
Podemos decir que poseo el don.
Es bastante fácil hacerlo en una celda.
Muy fácil hacerlo y no perder las formas.
Es el mismo
Retorno teatral a pleno día
Al mismo lugar, mismo rostro, grito brutal
Y divertido:
'Milagro!'
Que me liquida.
Luego una carga a fondo
Para ojear mis cicatrices, y otra
Para escucharme el corazón –
De verdad sigue latiendo.
Y hay otra y otra arremetida grande
Por una palabra, por tocar
O por un poquito de sangre
O por unos cabellos o por mi ropa.
Bien, bien, está bien HerrDoktor.
Bien. Herr Enemigo.
Yo soy vuestra obra maestra,
Su pieza de valor,
La bebe de oro puro
Que se disuelve con un chillido.
Me doy vuelta y ardo.
No creas que no valoro tu gran cuidado.
Ceniza, ceniza —
Ustedes atizan, remueven.
Carne, hueso, nada queda 00
Una barra de jabón,
Una alianza de bodas.
Un empaste de oro.
Herr Dios, Herr Lucifer
Cuidado.
Cuidado.
Desde las cenizas me levanto
Con mi cabello rojo
Y devoro hombres como el aire.

Además de la honestidad con la que Malcolm trata el tema de la profesión del biógrafo como un entrometido en la vida ajena y al lector de biografías como un morboso, es también muy interesante el modo en que su escritura utiliza las analogías. Sus descripciones de los lugares y las personas son maravillosas porque además del detalle vívido logra la metáfora perfecta para el proceso de gestación de la obra. Así acompañamos a Malcolm en sus viajes en trenes y taxis por bibliotecas, casas y restaurantes entrevistándose con todos los que escribieron sobre Plath hasta llegar a su último encuentro con Trevor Thomas, el vecino de debajo de Sylvia que fue la última persona en verla con vida:

“Posteriormente, cuando pensé en la casa de Thomas (lo que hice a menudo; uno no se olvida fácilmente de un sitio así), se me aparecía como una especie de alegoría monstruosa de la verdad. Así son las cosas, decía aquel lugar. Así es la realidad inmediata, con toda su multiplicidad, azar, inconsistencia, redundancia, autenticidad. Ante el desorden magistral de la casa de Trevor Thomas, las casas ordenadas en las que vivimos la mayoría parecen mediocres y sin vida; igual, y en el mismo sentido, que las narraciones que se llaman biografías palidecen y se hunden ante la desordenada realidad que es una vida. También imaginé excitada que la casa es una metáfora del problema de la escritura. Todas las personas que se sientan a escribir no se enfrentan con una página en blanco sino con su propia mente abarrotada de detalles. El problema consiste en librarse de la mayoría de lo que hay allí. Llenar enormes bolsas de basura de plástico con el confuso revoltijo de cosas que se han reunido con el paso de los días, meses, años de vida y percepción de las cosas con los ojos, los oídos y el corazón. El objetivo es dejar un espacio donde unas cuantas ideas, imágenes y sentimientos puedan disponerse de tal modo que un lector quiera permanecer un tiempo entre ellos, más que huir, como yo había querido huir de la casa de Thomas. Pero esta tarea de limpiar la casa (de narrar) no es solamente trabajosa; es peligrosa. Existe el peligro de deshacerse de las cosas equivocadas; existe el peligro de tirar demasiadas cosas y quedarse en una casa demasiado vacía; existe el peligro de tirarlo todo. Una vez que se empieza a tirar, puede resultar difícil parar. Puede que sea mejor no empezar a hacerlo. Puede que sea mejor conservarlo todo, como Trevor Thomas, no sea que nos quedemos sin nada. El miedo que sentí en la casa de Thomas es primo del miedo que siente el escritor que no puede arriesgarse a empezar a escribir.”

Pero en cualquier caso, más allá del hallazgo del paralelismo, no es esto lo que le pasa a Malcolm, que construye un fantástico libro que no es ni una novela, ni una pieza de crítica, ni una biografía de Plath. Es una historia de la construcción del mito de la poeta suicida a partir de las semblanzas de quienes pusieron cada ladrillo. Y al hacerlo, Malcolm logra una imagen múltiple y compleja que tiene aquello de lo que carecen los anteriores escritos.

1 comentario:

Literatura, Política y Cambio dijo...

invitación

Grupo Literatura, Política y Cambio
invita:
charla debate con
Juan Diego Incardona y Sebastián Hernaiz
6 de noviembre, 19 hs.
aula 45, Facultad de Humanidades UNMdP
Funes 3350

Edgardo H. Berg, Nancy Fernández y Joaquín Correa