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viernes, mayo 29, 2009

Un Kawabata en los márgenes

Kawabata: En el lago, Emecé.

Kawabata es un escritor sorprendente en su capacidad de aunar la belleza estética con la profundidad en las reflexiones. Uno de los títulos de sus novelas define su concepción de forma sintética y conmovedora: Lo bello y lo triste. No obstante, esta cosmovisión se ve ligeramente trastrocada en la última novela que ha reeditado Emecé. En En el lago, lo bello y lo triste coexiste con lo extraño, lo desviado y enfermo.

De esta manera aparece un protagonista tan desagradable como Gimpei, profesor de escuela que se dedica a perseguir jovencitas. La relación que entabla con una de ellas motiva la cesación en el cargo, pero lejos de alejarse del placer malsano por el acoso, el caer en desgracia refuerza su perversión. Gimpei es un hombre extraño que pierde a su padre tempranamente, vive obsesionado por una prima mayor que lo considera inferior socialmente, abandona a su hijo y sobrevive a la guerra. Un hombre apocado y de pies deformes que lo hacen sentir repulsivo.

“…¿no estaba relacionado con esa fealdad el hábito de perseguir mujeres, puesto que eran sus pies los que se ponían en acción? Se sorprendió con ese pensamiento.¿Era la fealdad de una parte de su cuerpo lo que clamaba por la belleza y la anhelaba? ¿Era parte del plan divino que unos pies horribles persiguieran mujeres bellas?”

A medida que sus pies deformes persiguen jóvenes bellas nos vamos adentrando en las historias de sus perseguidas: Una chica hermosa que ha malogrado su juventud siendo la amante de un viejo, y las dos extrañas asistentas que viven con ella; una pareja de novios a la que los padres le han prohibido verse, una adolescente tan ingenua como inteligente que se le entrega mansamente. Así se entretejen una serie de historias en el duro Japón de posguerra. La decadencia de familias adineradas antaño, la pérdida de los seres cercanos, el radical cambio de vida son los temas, de acuciante actualidad, que trataba Kawabata en la inmediata posguerra.

Este libro apareció por entregas en la revista "Shinco" en 1954, y al año siguiente se publicó con el formato de novela sorprendiendo a sus propios seguidores. Muchos no pudieron comprender el viraje hacia lo siniestro de Kawabata, aunque en mucha de su obra anterior lo perverso aparecía insinuado o esbozado, ya que por ejemplo, en El sonido de la montaña un hombre mayor estaba enamorado de su nuera, con la que convivía en la misma casa. Pero esos sentimientos extraños no sobrepasaban determinados límites, que sí aparecen traspasados en En el lago. Gimpei no se dedica únicamente a seguir a jóvenes bonitas, sino que las aborda e incomoda. Si bien la escena en la casa de baños de provincia con la que se abre el relato es de gran poder, y el paseo con la prostituta es bastante desagradable, el colmo de la sordidez se da cuando caminando por el barrio en el que se alojan los sin hogar se topa con una extraña mujer a la que invita a tomar sake y deja tirada en la calle. Pero en las descripciones de cada mujer perseguida, de cada gesto, aparece aquella sutileza distintiva del autor que hace desde su más breve cuento hasta su novela de más largo aliento una pieza inconfundible. Los olores, los colores, los recuerdos se fusionan de una forma peculiar, dando lugar a saltos en el tiempo que estructuran de forma peculiar:


“Gimpei percibía ahora el olor del algodón Kurume teñido de azul oscuro. El kimono que vestía de niño era de esa tela, pero el olor lo llevó a la pollera de sarga azul del uniforme escolar de Hisako. Al pasar otra vez las piernas dentro de la pollera, Hizako había sollozado y a él mismo se le habían llenado los ojos de lágrimas.”

domingo, mayo 24, 2009

Lenta furia

Fabio Morábito tiene una biografía curiosa, ya que posee padres italianos, nace en Egipto, se cría en Trieste y vive desde su adolescencia en México. África, América y Europa se conjugan en el imaginario de Morábito para dar lugar a una creación extraña. Y, de hecho, lo que más nos impresiona de sus cuentos es lo insólito; la capacidad en la verosimilitud de lo extraño. Madres cazadoras de amantes que viven en los árboles, una familia de traductores que habita apiñada en una vieja casa hasta su rápida y cruel extinción, un hombre que arrastra el don y la fatalidad de escapar…

Pero Morábito no sólo está dotado para crear tramas poco habituales, sino también para sumir en la extrañeza lo cotidiano. Así, por ejemplo, en “El tapir” termina ocurriendo lo inevitable: el chico piola del pueblo le roba la novia al hijo del verdulero y en “La perra” una familia burguesa desconfía de su mucama dando por descontado que tarde o temprano les robará.

La lenta furia logra crear un clima muy especial a través de las sinestesias que parten del título mismo. Una furia lenta se emparenta con un chico que elige de compañero de juego a alguien que aborrece, un sismo controlado, el ataque sexual de las madres, un escapista familiero y tranquilo. En estos relatos todo parece transcurrir en la hora de la siesta. En tardes calurosas y aburridas donde nada debería pasar. Y sin embargo la violencia, el engaño, la enfermedad, el cambio irrumpen en la rutina del sol alto, del día tórrido. Y en consonancia con las historias originales, la prosa de Morábito nos produce perplejidad en su belleza simple:

“El temblor no llegó con su intenso cortejo de cristales ni su amplia funda de razones. Apenas se insinuó de casa en casa, sedoso y delicado, palpando las esquinas y las puertas. Los que dormían en los últimos pisos del edificio oyeron los golpes espaciados con que tanteaba la solidez de la construcción, un tenue ¡pum! ¡pum! ¡pum! Que la mayoría confundió con los latidos de sus pechos. Era como el primer ruido del mundo, no manchado por ninguna impureza.”

miércoles, mayo 20, 2009

Corazones (cautivos más arriba)

Cuando abrí la caja de novedades de Emecé me alegró mucho ver un nuevo libro de Forn. Luego descubrí que en realidad es la reedición de una novela escrita en 1987 que en aquel entonces se había llamado: Corazones cautivos más arriba, en homenaje a un poema de Juarroz: “Hay vidas que son como la lluvia./ La lluvia es también el testimonio/ de corazones cautivos más arriba.”

Como vivimos pendientes de las novedades, siempre enterarse de que el libro que uno tomó con entusiasmo es reedición desilusiona un poco. Decepción ridícula porque si uno no leyó el libro y le interesa el autor, no tendría por qué importar que el copyright sea del 2009. Y en el caso de esta obra es más que cierto porque se trata de una novela sobre la adolescencia cuyas vivencias permanecen muy frescas en un joven Forn.

Es muy interesante la forma que adquiere la novela, ya que al estar narrada en segunda persona adquiere un clima extraño y especial. Al respecto, el propio Forn comenta que ese uso se remite a la voz de la conciencia de un chico liero que pensaba: “Ahora te van a pescar y te van a joder bien jodido.” Con este formato particular nos vamos acercando a la vida de Iván que hace cosas como cortar y quemar las rosas que cultiva con amor su abuela, agredir a sus compañeros de colegio… y ni siquiera sabe por qué. Ante un adolescente incontrolable, una madre asustada decide mandar a su hijo con su abuelo. Así llega el protagonista a La Cumbre. El librito narra las experiencias en la casa familiar, junto a un abuelo tan particular como Galo, y con personajes entrañables como Amelia y Aurora. Las sensaciones de un chico dolido y descarriado de trece años están retratadas con vividez tal que estremece. Seguramente porque nos recuerdan las propias: ese actuar enérgicamente pero por unos motivos que nosotros mismos desconocemos en una búsqueda ciega que nos irá constituyendo como personas.

En Corazones Forn cuenta el dolor y la rabia de la pérdida, el primer amor, el descubrir los lazos que unen los padres a los hijos, la posibilidad de la perversión en el mundo adulto. Los sutiles lazos que al anudarse despaciosamente nos transforman si no en adultos, al menos en no criaturas.

martes, mayo 19, 2009

Bosque finlandés

Promediando el verano lo encontré a Sael en algún evento que reunía vino y obras de arte. Entonces él me comentó que estaba organizando la Semana del Arte Contemporáneo de Mar del Plata, y que tenía ideado que artistas plásticos de la ciudad intervinieran vidrieras de comercios que quisieran sumarse. Yo dije que sí más porque tengo el no difícil que porque lo hayamos charlado demasiado. Así que cuando ya me había olvidado del compromiso, aparecieron Claudia García Llorente y Julieta Basso en el fin de semana helado a “intervenir” la vidriera. Claro que en otros países el concepto de intervención puede parecer más amigable… pero como aquí recuerda un poco a las intervenciones en las empresas estatales (con el fin de malvenderlas) y a la mano firme del poder central en alguna provincia díscola, me sentí vulnerada en mi micromundo. Especialmente cuando las Pipisherman (así se titula el colectivo intervencionista) me anunciaron que iban a pintar (y sí… se pinta con pintura) el vidrio.

Pero el saldo de la experiencia fue excelente. En primer lugar porque me permitió conocer a gente bárbara y reírme, en segundo porque las chicas eligieron un proyecto en el que pude participar. Pintaron unos árboles blancos que parecen aquel bosque finlandés que inspirara las piezas de Sibelius. Y entre las ramas pusimos fragmentos del verde del bosque hechos con libros al tono. Así que se introdujo un nuevo criterio de búsqueda: ya no por autor, título, editorial o temática, sino por color. Eligiendo libros verdes el sábado hablamos de autores, de tapas, de diseños, de ilustradores, de papeles mientras caía la tarde y se secaba la pintura.

Pero lo más divertido, sin duda, son las caras y comentarios de la gente. Desde aquel al que le fascinó la obra de arte, hasta el que piensa que el negocio cerró. Desde el que cree que es un dibujo de mi hijo hasta el que piensa que este es un movimiento tendiente a dejar atrás para siempre a las vidrieras aburridas. Desde el que putea porque no puede hacer su clásico paneo de las novedades, hasta el que quiere ese librito verde botella que está en la base de la pila. Así que también los clientes cambian sus preferencias y eligen el libro por el color.

Como las migas dejadas por Pulgarcito, siguiendo las vidrieras locas llegamos a la muestra de la Plaza del Agua que estará durante toda esta semana. Y allí un popurrí interesante donde pude encontrar obras de gente cuya obra conozco y me encanta como Yanina Santoro, Enrique Ranzoni, Emilia Marcón, Felipe Giménez, Claudio Roveda, entre otros, y unos cuantos cuyos trabajos desconocía. Así que les recomiendo a todos que vayan a ver la muestra y diferentes actividades en la Plaza del Agua y, ya que están a media cuadra, pasen a ver el bosque finlandés.